Al fayum
28 octubre 2006
El sarcòfag
Un vell lloc comú, constantment actualitzat, lliga indissolublement la vida
amb la mort, els morts amb els vius, on els primers depenen dels segons per
seguir estant presents, encara que no se sap a on. Gràcies als vius, el Cel
aconsegueix mantenir-se en el seu lloc, encara que tampoc se sap a on.
En el vell Egipte es van forjar les mil i una maneres de mantenir vius els
morts. Els egipcis van irradiar el seu saber funerari amb el seu reeixit servei
de pompes fúnebres. Els romans, tan pràctics ells, simplement incineraven als
cadàvers; no sabem si aquesta barbacoa fúnebre era per treure d'una forma
elegant una cosa que feia nosa i que ocupava lloc i que a més pudia. De Roma
prové la famosa frase "treure's el
mort de sobre". Doncs bé, abans d'encendre la pira, treien màscares de
cera dels seus estimats coetanis acabats de finir per afegir-les a la
col·lecció que la "família" mantenia en el petit racó sagrat que hi
havia a cada llar. Aquestes tradicions recorden el culte als avantpassats que
en extrem orient se segueix amb espartana disciplina samurai. Fins fa poc, a
occident, la màscara mortuòria era un homenatge que la societat dispensava als
seus prohoms i pròcers. L'aparició de la fotografia, va permetre democratitzar
l'última imatge.
Tot això forma part del passat, fins i tot del recent. En el nostre món
modern hem perdut aquest costum tan arrelat de retratar els morts. Primer era
el bateig, (encara que perdent terreny davant l'ecografia), després la primera
comunió (encara que perdent terreny davant els successius aniversaris), el
servei militar (encara que perdent terreny davant de no res), la foto carnet,
el casament, els fills , el que fos necessari, per arribar, al final, a un dels
moments cims més importants de la vida: la mort. Ara es considera de mal gust;
el pollastre només es pot mostrar viu o cuinat. Avui dia només tenen aquesta
prerrogativa els famosos, encara que en forma d'estàtua de cera, un succedani
de la vida, i una premonició de la mort embalsamada en material que es fon.
Però ara també es retrata tot, bàsicament nadons i mascotes, de manera
compulsiva, qualsevol cosa, fins i tot el pollastre rostit que també és un
cadàver.
Els retrats del Fayum han resistit al temps, i no per molt coneguts deixen
de sorprendre’ns cada vegada que els mirem i ens miren. Són un rai en un mar
tempestuós, llançant caps cap al vaixell salvador que el vent allunya
irremeiablement. Encara no havia nascut el costum de tancar els ulls als
cadàvers?, aquests romans egipcis, ben oberts els tenen, pintats en el millor
dels seus moments. La tècnica és romana, els ulls grans i ametllats són
egipcis, la seva frontalitat és moderna i la seva serenitat és sàvia, i
estranyament cap somriu. Quan estaven vius potser eren ignorants, ara no, ara
ja ho saben tot, per això estan a un pas de entristir-se, estan gairebé a punt
de no estar morts. O gairebé a punt de tornar a ser persones. Persona en llatí significa, precisament,
"màscara", i emmascarats els morts ens entreveuen als que seguim vius
per una escletxa com les d'aquestes ulleres que fan servir els esquimals per
limitar l’entrada de llum als ulls que produeix la blancor de la neu.
L'existència de retrats és un fet tan misteriós com el que tinguem rostre.
Mans, cames, tors, cara, és normal tenir-los, fins i tot dits. Però tenir
rostre, és alguna cosa més, és l'ésser encarnat, el rostre és la nostra ànima.
Les coses es diferencien per característiques que poden ser mesurades. Les
seves baules primordials com els quantum i els gens, són intercanviables entre
si. Tot pot canviar i seguir igual al mateix temps, com en política. Els
rostres no, són insubstituïbles, és la prova més irrefutable sobre la
individualitat de l'ésser, en contra d'aquestes nefastes teories que anhelen la
seva dissolubilitat de la identitat en el cosmos uterí o el no-res estèril. I
tot i la cirurgia plàstica.
Déu és un encara que tri, nosaltres també, de no vius passem a estar-ho per
acabar morts. Molts volen seguir estant vius fins després de morts. Un retrat
és un bon passaport, encara que ningú sap a on.
---------------------------------
28 Octubre 2006
El sarcófago
Un viejo lugar común, constantemente actualizado, ata indisolublemente la vida con la muerte, los muertos con los vivos, donde los primeros dependen de los segundos para seguir estando presentes, aunque no se sabe dónde. Gracias a los vivos, el Cielo consigue mantenerse en su lugar, aunque tampoco se sabe dónde.
En el viejo Egipto se fraguaron las mil y una maneras de mantener vivos a los muertos. Los egipcios irradiaron su saber funerario con su exitoso servicio de pompas fúnebres. Los romanos, tan prácticos ellos, simplemente incineraban a los cadáveres; no sabemos si esta barbacoa fúnebre era para quitarse de una forma elegante un estorbo que ocupaba lugar y que además olía mal. De Roma proviene la famosa frase “quitarse el muerto de encima”. Pues bien, antes de encender la pira, sacaban máscaras de cera de sus queridos coetáneos acabados de fenecer para añadirlas a la colección que la “familia” mantenía en el pequeño rincón sagrado que había en cada hogar. Esas tradiciones recuerdan el culto a los antepasados que en extremo oriente se sigue con espartana disciplina samurái. Hasta hace poco, en occidente, la máscara mortuoria era un homenaje que la sociedad dispensaba a sus prohombres y próceres. La aparición de la fotografía, permitió democratizar la última imagen.
Todo esto forma parte del pasado, incluso del reciente. En nuestro mundo moderno hemos perdido esta costumbre tan arraigada de retratar a los muertos. Primero era el bautizo, (aunque perdiendo terreno frente la ecografía), luego la primera comunión (aunque perdiendo terreno frente a los sucesivos cumpleaños), el servicio militar (aunque perdiendo terreno frente a nada), la foto carné, la boda, los hijos, lo que fuera necesario, para llegar, al final, a uno de los momentos cumbres más importantes de la vida: la muerte. Ahora se considera de mal gusto; el pollo sólo se puede mostrar vivo o cocinado. Hoy en día sólo tienen esta prerrogativa los famosos, aunque en forma de estatua de cera, un sucedáneo de la vida, y una premonición de la muerte embalsamada en material que se derrite. Pero ahora también se retrata todo, básicamente bebés y mascotas, de forma compulsiva, cualquier cosa, incluso el pollo asado que también es un cadáver.
Los retratos del Fayum han resistido al tiempo, y no por muy conocidos dejan de sorprender cada vez que los miramos y nos miran. Son una almadía en un mar tormentoso, lanzando cabos hacia el barco salvador que el viento aleja irremediablemente. ¿Aun no había nacido la costumbre de cerrar los ojos a los cadáveres?, estos romanos egipcios, bien abiertos los tienen, pintados en el mejor de sus momentos. La técnica es romana, los ojos grandes y almendrados son egipcios, su frontalidad es moderna y su serenidad es sabia, y extrañamente ninguno sonríe. Cuando estaban vivos tal vez eran ignorantes, ahora no, ahora ya lo saben todo, por eso están a un paso de entristecerse, están casi a punto de no estar… muertos. O casi a punto de volver a ser personas. “Persona” en latín significa, precisamente, “máscara”, y enmascarados los muertos nos entrevén a los que seguimos vivos por una rendija como las de esas gafas que usan los esquimales para limitar la entrada de luz en los ojos que produce la blancura de la nieve.
La existencia de retratos es un hecho tan misterioso como el que tengamos rostro. Manos, piernas, torso, cara, es normal tenerlos, incluso hasta dedos. Pero tener rostro, es algo más, es el ser encarnado, el rostro es el nuestra alma. Las cosas se diferencian por características que pueden ser medidas. Sus eslabones primordiales como los quantum y los genes, son intercambiables entre sí. Todo puede cambiar y seguir igual al mismo tiempo, como en política. Los rostros no, son insustituibles, es la prueba más irrefutable sobre la individualidad del ser, en contra de estas nefastas teorías que anhelan su disolubilidad en el cosmos uterino o la nada estéril. Y a pesar de la cirugía plástica.
Dios es uno aunque trino, nosotros también, de no vivos pasamos a estarlo para terminar muertos. Muchos quieren seguir estando vivos hasta después de muertos. Un retrato es un buen pasaporte, aunque nadie sabe a dónde.
Un viejo lugar común, constantemente actualizado, ata indisolublemente la vida con la muerte, los muertos con los vivos, donde los primeros dependen de los segundos para seguir estando presentes, aunque no se sabe dónde. Gracias a los vivos, el Cielo consigue mantenerse en su lugar, aunque tampoco se sabe dónde.
En el viejo Egipto se fraguaron las mil y una maneras de mantener vivos a los muertos. Los egipcios irradiaron su saber funerario con su exitoso servicio de pompas fúnebres. Los romanos, tan prácticos ellos, simplemente incineraban a los cadáveres; no sabemos si esta barbacoa fúnebre era para quitarse de una forma elegante un estorbo que ocupaba lugar y que además olía mal. De Roma proviene la famosa frase “quitarse el muerto de encima”. Pues bien, antes de encender la pira, sacaban máscaras de cera de sus queridos coetáneos acabados de fenecer para añadirlas a la colección que la “familia” mantenía en el pequeño rincón sagrado que había en cada hogar. Esas tradiciones recuerdan el culto a los antepasados que en extremo oriente se sigue con espartana disciplina samurái. Hasta hace poco, en occidente, la máscara mortuoria era un homenaje que la sociedad dispensaba a sus prohombres y próceres. La aparición de la fotografía, permitió democratizar la última imagen.
Todo esto forma parte del pasado, incluso del reciente. En nuestro mundo moderno hemos perdido esta costumbre tan arraigada de retratar a los muertos. Primero era el bautizo, (aunque perdiendo terreno frente la ecografía), luego la primera comunión (aunque perdiendo terreno frente a los sucesivos cumpleaños), el servicio militar (aunque perdiendo terreno frente a nada), la foto carné, la boda, los hijos, lo que fuera necesario, para llegar, al final, a uno de los momentos cumbres más importantes de la vida: la muerte. Ahora se considera de mal gusto; el pollo sólo se puede mostrar vivo o cocinado. Hoy en día sólo tienen esta prerrogativa los famosos, aunque en forma de estatua de cera, un sucedáneo de la vida, y una premonición de la muerte embalsamada en material que se derrite. Pero ahora también se retrata todo, básicamente bebés y mascotas, de forma compulsiva, cualquier cosa, incluso el pollo asado que también es un cadáver.
Los retratos del Fayum han resistido al tiempo, y no por muy conocidos dejan de sorprender cada vez que los miramos y nos miran. Son una almadía en un mar tormentoso, lanzando cabos hacia el barco salvador que el viento aleja irremediablemente. ¿Aun no había nacido la costumbre de cerrar los ojos a los cadáveres?, estos romanos egipcios, bien abiertos los tienen, pintados en el mejor de sus momentos. La técnica es romana, los ojos grandes y almendrados son egipcios, su frontalidad es moderna y su serenidad es sabia, y extrañamente ninguno sonríe. Cuando estaban vivos tal vez eran ignorantes, ahora no, ahora ya lo saben todo, por eso están a un paso de entristecerse, están casi a punto de no estar… muertos. O casi a punto de volver a ser personas. “Persona” en latín significa, precisamente, “máscara”, y enmascarados los muertos nos entrevén a los que seguimos vivos por una rendija como las de esas gafas que usan los esquimales para limitar la entrada de luz en los ojos que produce la blancura de la nieve.
La existencia de retratos es un hecho tan misterioso como el que tengamos rostro. Manos, piernas, torso, cara, es normal tenerlos, incluso hasta dedos. Pero tener rostro, es algo más, es el ser encarnado, el rostro es el nuestra alma. Las cosas se diferencian por características que pueden ser medidas. Sus eslabones primordiales como los quantum y los genes, son intercambiables entre sí. Todo puede cambiar y seguir igual al mismo tiempo, como en política. Los rostros no, son insustituibles, es la prueba más irrefutable sobre la individualidad del ser, en contra de estas nefastas teorías que anhelan su disolubilidad en el cosmos uterino o la nada estéril. Y a pesar de la cirugía plástica.
Dios es uno aunque trino, nosotros también, de no vivos pasamos a estarlo para terminar muertos. Muchos quieren seguir estando vivos hasta después de muertos. Un retrato es un buen pasaporte, aunque nadie sabe a dónde.
Màscara mortuoria de Richard Wagner
